Recuerdo cuando me propuse hacerme una colcha de patchwork. Todo un reto para mí, doña inmediata: un proyecto a largo plazo, que requería constancia y paciencia. Creo que hace unos cuatro años, y sigue siendo uno de mis tesoros. Me la llevo de habitación en habitación dependiendo de donde me instale a trastear con mis cosas.
Y eso no fue más que el principio. Porque el patchwork es adorable, pero se puede llevar a la calle poco o casi nada. Por ejemplo, de esa fase es también mi primer bolso. Muy cuqui, muchas florecitas, perrito, vallita, casita... La combinación perfecta para que te lo cuelgues del hombro, después de un saco de horas haciendo puntaditas, te veas en el espejo, y te preguntes si te vas a hacer recados al centro o a subirte en la nave del tiempo para visitar a Laura Ingalls. Así que busqué más opciones y la cosa se complicó. Tela vaquera, polipiel, acolchados, tweed... Y cuero para asas, y remaches metálicos, y mosquetones, y, y, y... Haceos un idea de mi risa nerviosa llegando a casa después de una caza de retales de este tipo y diciéndome "a ver dónde guardas todo esto ahora".
Borreguito. Había comprado una especie de chenilla de cuadraditos que sabía que sería el forro de algún bolso, pero aún no sabia de cual. Pero fue ver este retal y encajar el puzle.
Bolsillos, bolsillos, ¡bolsillos! ¿Os he dicho ya que me encantan los bolsillos?
Y si, el patchwork, el de llevar a la calle. En este estrené mis letras para grabar en cuero, ¡superdivertidas! Creo que podemos considerarlo reversible. Ese acolchado como forro le da una textura y cuerpo geniales. Creo que este tendré que repetirlo... ¡para mi!
¡Feliz semana!
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