No es un secreto para nadie que me conozca que mis estados de ánimo no saben estarse quietos. Ellos deben disfrutar lo que yo no soy capaz, por miedosa, de todo tipo de sacudidas, subidas, bajadas y meneos. Lo más que consigo hacer es asomar poco más que la mano de entre el remolino, de vez en cuando, para orientarme, escucharme, y mira por donde, escribir un blog.
No sé quien sufre más, si los que aguantan estoicos o los que, como yo, se desmoronan y se recomponen más veces que un pack de lego. Todo se puede aprender, dicen. Este tipo de frases podrían ahorrárselas a todas las personas que no cumplieron los cuarenta. Te pasas la vida dando por ciertas todo tipo de frases hechas que en realidad no tienen ningún sentido, hasta que llegas, y las empiezas a entender. Porque las empiezas a vivir. Pero al tema. Puede que aún aprenda a resistir. O puede que siga hecha de plastilina, que oye, dura no es, pero adaptable, un rato.
Cada vez se más, pero entiendo menos. Aguanto más y tolero menos. Si sufro más, me quejo menos. Digo más cosas con menos palabras. Bajo el volumen y todos me escuchan mejor. Decía lo que pensaba y no calaba, digo lo que siento y conecto. Llego a los mismos finales por caminos más cortos.
Si, creo que voy a resistir más. Adaptándome.
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