No vuelvas a casa por Navidad.

Conversaciones. De esas de un 2 de diciembre, lo normal.

El origen: la aventura Erasmus del pollo. Es el tema del momento, también para mi entorno no virtual. Se hablaba de Navidad. Y yo de que él no la pasará en casa, y que está bien así. Si, pueden reaccionar como mi interlocutora, y llamarme cruel. O pueden escarbar un poco, seguir leyendo, y averiguar si, contra todo pronóstico,  están de acuerdo conmigo.

Hay decisiones que son claves. Pasar cinco meses estudiando en otro país, parece llamada a ser una de ellas. Y esta no fue mía, porque no era yo quien me iba. Que no significa que no me parezca la mejor. Tampoco que todos los esfuerzos para conseguirlo no me parezcan más que justificados.

Si la decisión hubiera sido mía, tomada a la ligera o con todo el peso de haberla meditado a fondo, yo asumiría las consecuencias. Las apasionantes, las positivas, las estimulantes, las frustrantes, las económicas incluso.

La decisión fue tomada por otro adulto en toda regla, por más que las mamás gallina nos empeñemos en seguir viendo pollitos. Las cartas estaban sobre la mesa en el momento de la partida. Y después de la emoción del despegue, al pollo le han ido tocado cartas de todo tipo, pero no ha querido combinarlas con intención de ir de farol.

Y una madre, con todo su empaque, influencia, insistencia y ñoñeria, que de todo tengo, oigan, no es quien para interponerse entre un hombre, una decisión, y las consecuencias de sus actos.

El turrón lo mascaremos juntos por Skype, igual que esa ñoñeria tonta de un día, de dos como mucho. Lo que mejor saborearemos será sabernos fuertes, dueños de las riendas, cada uno de las suyas.

Y dueños de las experiencias, cada uno de las suyas.