2015, el año de la pajarraca

 Lo podré confirmar en un tiempito, pero creo que éste pasará a mi historia como uno de esos años que recordaré con su número, en lugar del eterno: hubo un año que...



Porque hubo un año, que fue este, que todo empezó. Las actualizaciones de estado en un perfil personal migraron a su propia página, a su nuevo nido. Porque había un yo, un alter ego, un protagonista con mucho cuento, que necesitaba su espacio. Tenía que volar por encima de mi día a día, tenía que escribir su propio guión. Necesitaba soltar amarras, o dejarlas algo largas. Desplumarse, enseñar carnes, dar pista a culpas, miedos y desesperaciones. El bullicio mental, de lo más perdido, encontró por fin la salida adecuada. Señalizó, y dejó esa autopista de mil carriles, eterna y aburrida.

Y lo hizo a tiempo. Porque hubo un año, que fue este, en el que había mucho que contar, y ocasión de contarlo, El nido pronto tuvo la oportunidad de ser más terapéutico todavía. Se encontraron un pie, un bisturí y un quirófano. Y a menos pies... más manos para teclear.

Hubo un año, que fue este, en el que también hubo migración laboral. Borrón y cuenta nueva. Despedida y cierre, vista al frente, y hola nueva vida. Tampoco es que hubiera cabida para muchas sorpresas. ¿Quieres un trabajo cómodo? Pues quíerelo mucho. Al fin y al cabo pertenezco al clan de las madres currantas: mucho guante y poco glamour. Cést la vie.

Hubo un año, que fue este, del que recordaremos su número. También el baile de números. Fuimos cuatro, fuimos tres, fuimos dos, fuimos muchas veces uno. Los pollos me tomaron la palabra, y de que forma. Un Erasmus y una polluela inquieta, más de lo que una mamá gallina al uso podría sobrellevar. Adiós migajas de cordura.

Hubo un año, que fue este, en el que no nos faltó moraleja. Si te quejas y lloriqueas, es porque todavía tienes fuerza. Prueba a sacar la cabeza cuando sopla fuerza mil, verás qué pronto te recolocas. Vino la realidad a clavar su bandera. A conquistar cualquier rincón olvidado de optimismo. Nos plantó cara y echó pulso. Guante recogido. No hay enemigo pequeño ni gigante invencible.

Pero también, este año que acabó, nos trajo al nuevo habitante del nido. Un peludín incansable, un saquito de alegría, ¿una terapia para algo llamado síndrome?

Hubo un año, que fue 2015, que llegó, derrapó, repartió aventuras y se fue. Y hasta se nos quedó pequeño...

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